MEMORIAS DE ANTONIA: Una mirada femenina omnipresente
Memorias de Antonia
Recordando el Pasado y Re-imaginando el Presente
"La película nos introduce de golpe, antes de que aparezcan los títulos, al último día en la vida de Antonia. Vemos a una mujer de cabello blanco, acostada en la cama, aparentando la quietud de la muerte o, tal vez, la serenidad de haber llevado una vida plena. Al mismo tiempo, la voz de una narradora externa y omnisciente anuncia que se trata de Antonia y que ella sabe que éste es el día en que morirá, el día en que “el milagro de la muerte” la abrazará. Una vez que se levanta, la propia Antonia dice, “Ya, es hora de morir”. Así, desde un primer momento, hay un efecto desestabilizador que abre las ventanas a lo mágico (de saber exactamente cuándo se va a morir) y a la contraposición de lo esperado (horror, negación o rechazo hacia la muerte) con una mirada y voz femeninas que perciben y relatan la muerte como si se tratara de un evento significativo y milagroso, pero libre de cargas negativas.
Retrocediendo
en el tiempo hasta el momento en que Antonia y su hija adolescente,
Danielle, regresan al pueblo holandés donde nació Antonia, vemos algunos
rastros de la segunda guerra mundial, que acaba de terminar. En primer
lugar, las dos mujeres pasan delante de una pared donde está escrito en
grandes letras: “Bienvenidos [o bienvenidas, no hay género en el
original en inglés] nuestros[as] libertadores[as]”. A su lado, hay un
edificio semi-derruido, con un forado que podría haber sido provocado
por una bomba.
Las
palabras escritas en la pared, aparentemente haciendo alusión a la
liberación de la ocupación nazi por las fuerzas aliadas, conlleva
también el subtexto de otro tipo de liberación, la de la ocupación
patriarcal de los cuerpos y deseos de las mujeres, y a las dos recién
llegadas, como sus posibles libertadoras. Continuando su camino, pasan
al lado de un jeep militar abandonado, que yace tirado al borde del
camino. Sin embargo, éste es un pequeño rastro de la guerra casi
obliterado por el paisaje de verdes campos que se abre ante ellas y que
ocupa la mayor parte de la pantalla. Así, la película se ubica en el
plano realista del período de post-guerra, pero sin detenerse en ello y,
sobre todo, sin melodramas.
La
inserción de elementos mágicos e inesperados en este contexto histórico
ubican la película dentro del realismo mágico, definido por Achitenel como: “…una
corriente literaria cuyos rasgos principales son la desgarradura de la
realidad por una acción fantástica descrita de un modo realista dentro
de la narrativa”.1
Otro
ejemplo es cuando la narradora nos explica que “Antonia vino para
enterrar a la madre [Allegonda], pero ella aún estaba viva”…. y no sólo
viva, sino, despotricando hasta el último suspiro contra su difunto
marido, un mujeriego empedernido. Luego, durante su misa fúnebre,
Allegonda, como empujada por un resorte, se sienta muy erguida en su
féretro mostrando una sonrisa socarrona, y empieza a cantar a viva voz
una estrofa de “My blue heaven” (Mi cielo azul) de Frank Sinatra.
Ante esta irrupción irreverente, nada menos que por parte de una mujer
ya muerta, la imagen de un Cristo crucificado levanta la cabeza, y a
continuación, Antonia comenta: “Es todo una basura, pero así son las
cosas”. Como señala Achitenel, “El realismo mágico invita al lector a menospreciar lo real, a apreciar lo milagroso y a despreciar lo histórico”.2
La
mágica exageración subvierte de manera paródica las normas
convencionales, re-creando la realidad misma y dando a Allegonda una
salida airosa. Al mismo tiempo, se burla de la iglesia católica que
sobrevive por encima de diversas formas de violencia, algunas provocadas
por la propia iglesia. Nos enteramos, por ejemplo, que el cura del
pueblo se negó a dar los últimos sacramentos a uno de sus fieles porque
había albergado a un judío durante la guerra. De otro lado, el personaje
conocido como Loca Madona lanza aullidos cada vez que hay luna llena
porque la iglesia católica prohíbe su unión con su vecino protestante.
“Ah, las monjas”, comenta Antonia, “Aún no se extinguieron”.
Otro
delicioso momento mágico es insertado cuando años más tarde, Danielle
conoce a Lara, la maestra de su hija. El flechazo es inmediato y,
parodiando el amor romántico a primera vista, Danielle percibe a Lara
como Venus, la diosa del amor, según la representó Botticelli en el “Nacimiento de Venus”, surgiendo de una enorme concha.
Esta
extravagancia remece los cimientos del orden establecido, más aún
porque aborda el amor entre dos mujeres, y nos catapulta a una realidad
mágica donde toda convención puede ser interrogada y subvertida. En esta
nueva realidad, la relación entre Danielle y Lara que se inicia a
partir de ese momento no es presentada como una experiencia
problemática, separada o distinta a las otras relaciones que se van
creando a lo largo de la película. La fluidez con que se representa esta
relación lésbica es un signo alentador de la cinematografía feminista
de Marleen Gorris.
Cabe añadir también que la elección de la Venus de Botticelli
es especialmente significativa, pues el contenido pagano del lienzo
original era claramente contra-corriente, en tanto fue creado en un
lugar y tiempo (Florencia, c. 1485) cuando la mayoría de obras de arte
representaban temas católicos romanos. Este lienzo escapó de ser
destruida en las hogueras del religioso florentino Savonarola, donde ardieron varios otros trabajos de Botticelli con influencia pagana.
A
pesar de su abierta crítica a la iglesia, Antonia continúa asistiendo a
misa, pues, a fin de cuentas, es uno de los lugares donde el pueblo se
encuentra y donde sus experiencias son públicamente validadas o no. Otro
espacio de encuentro y socialización disponible a la comunidad es la
taberna. Pero, a diferencia de la iglesia, éste es un espacio ocupado
exclusivamente por hombres, mientras que las mujeres esperan afuera. Sin
embargo, ante la mirada de sorpresa de los parroquianos, Antonia,
acompañada de Danielle, entra a la taberna y pide un trago, en un acto
simbólico de recuperación de un espacio comunitario. Más aún, Antonia no
se amilana ante las exhibiciones de machismo del granjero Daan,
mientras que Danielle bosteza con inocente falta de interés ante las
ofertas matrimoniales del granjero.
La
propietaria de la taberna es la rusa Olga, a quien no se le conoce
familia ni antecedentes. Esta magnífica mujer es, además, a la vez
partera y funeraria, encarnando la vida y la muerte en una sola persona,
en un ciclo continuo e indivisible. Este concepto de la vida y la
muerte como parte de un ciclo continuo es una de las constantes de la
película y le da un ritmo asociado a la fuerza ineludible de los ciclos
de la naturaleza.
En
contraposición, otro tema transversal de la película es el de la
violencia. Por un lado, su ubicación en el período de post-guerra, nos
remite a recuerdos de violencia sistemática y masiva, pero la película
se limita a hacer breves alusiones a ella, quedando como telón de fondo
sobre el cual se proyectan otras formas de violencia.
La
narradora resume y nos alerta sobre la violencia de género que
predomina en algunos nichos de este microcosmo diciendo: “Las voces de
los hombres atropellaban el silencio de las mujeres”. Llevada al
extremo, la violencia de género se manifiesta en la violación incestuosa
de una joven discapacitada por su propio hermano y, más adelante, la
violación de una niña.
Hemos
mencionado también la violencia de una iglesia deshumanizada, que hace
valer un dogma por encima de la buena voluntad de un ser humano al
proteger a otro que se encuentra desvalido y por encima del amor puro
entre dos personas de diferentes religiones.
El
suicidio de Dedo Torcido, el filósofo nihilista que nunca creyó que un
día todo podría mejorar, nos habla de otro tipo de violencia. La
desilusión y desesperanza extrema de Dedo Torcido lo lleva a la
conclusión de que lo segundo mejor a no nacer es no seguir viviendo. La
actitud de Antonia y su círculo familiar ampliado es marcadamente
diferente a la de Dedo Torcido. Luego de una sucesión de desgracias y
muertes trágicas, Antonia le dice a Deedee, “…no hay nada que hacer. Hay
que vivir la vida”. Para ellas, la fuerza de la vida se impone, pues,
“La vida quiere vivir”.
Memorias de Antonia
constituye, sobre todo, un argumento a favor de una mirada y una voz
femeninas hacia las relaciones de género y la vida misma. Como dice Sellery, “A
través de una mirada femenina omnipresente, estas mujeres, cuyas
experiencias difieren en edad, educación y orientación sexual, perturban
las expectativas masculinas tradicionales de la mujer como centro
silencioso de su universo”.3
Perturban
también el discurso cinematográfico tradicional, dominado por los
hombres. Lejos de enfocarse en la opresión, sumisión o silencio de las
mujeres, la película nos muestra a Antonia y Danielle ejerciendo poder
sobre sus propios cuerpos, mentes y espíritus, para luego ayudar a otras
y otros a recuperar y usar sus propios poderes....."
Nelly Jitsuya
Fuente: La cinefilia no es patriota.
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